lunes, 7 de noviembre de 2011

El túnel.

Avanzo por el túnel. Reina la oscuridad, me engulle. Entre la negrura se hace imposible distinguir el mínimo atisbo de luz. Todo está negro. 
Ando descalza, recuerdo haber llevado zapatos antes, pero he olvidado dónde los dejé. Puedo sentir el frío colarse a través de mis huesos. Proviene del suelo, que es de piedra, y noto el agua estancarse entre las grietas de éstas bajo mis pies. Se aprecia el olor a humedad, es tal el hedor de ésta que puedo probar su sabor. 
A pesar de la invidencia, puedo advertir la suciedad de las paredes y el suelo, y restos de moho en las hendiduras de las piedras de las paredes. El único sonido perceptible es el de mis pasos y un pausado goteo lejano.
No entiendo por qué, pero sé que debo continuar avanzando. Es como despertarte en medio de la noche y encontrarte allí. Caminando. Sin saber por qué o hacía dónde.




Continúo avanzando, sin retroceder jamás ni un paso. De repente se oye un ruido, y noto un temblor cercano sobre mi cabeza. Siento como una nube de polvo y piedras pequeñas caen sobre mi frente. Alzo la vista y algo me ciega. Es una grieta, a través de la cual entra el Sol. Al principio no me deja ver, pero lo siento. Sus rayos inciden directamente sobre mi piel, y noto su calor. Una sensación de paz y tranquilidad invade mi cuerpo. Es agradable. 
Poco a poco voy abriendo los ojos. Es el sol. Sin más. Puedo ver su luz blanca, y ya no me siento sola. 
Es el Sol, en todo su apogeo.